Capítulo 1 Rayuela
Julio Cortazar - Bertrand Kulik
Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino.

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos

Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor,
una pausa filosa y cristalina que acababa por
derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un
paraguas, 
Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en
un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo.
Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos
o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche,
y aquella
tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando
entrábamos en el parque,
y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos
fríos y nubes negras,
jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos,
pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un
parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de
la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible,
lo llevamos hasta lo alto
del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con
todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos
proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria.
Y
en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al
agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en hiver, a
la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados
de Joinville y del parque, abrazados

y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes.
Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos
o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche,
y aquella
tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando
entrábamos en el parque,
y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos
fríos y nubes negras,
jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos,
pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un
parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de
la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible,
lo llevamos hasta lo alto
del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con
todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos
proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria.
Y
en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al
agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en hiver, a
la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados
de Joinville y del parque, abrazados
y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes.

Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

Julio Cortazar - Bertrand Kulik


































